Mar Menor, Desastre Mayor
por Fernando Zamora.
Estos días que regresamos de las vacaciones, el cuerpo me pide hablarles en estas páginas sobre un tema de triste actualidad. Seguro que ya están cansados de escuchar y ver noticias sobre la enésima crisis ecológica en el Mar Menor. Pues les daré un poco más de contexto personal, de manera que si sólo conocen lo que cuentan las noticias y los políticos, tendrán también la opinión de un pinteño que lleva algunos años metiendo la cabeza en esas aguas.
Primero vayamos algunas décadas atrás en el tiempo, una época en la mis suegros aún eran unos niños y podían subir a una loma de La Manga y ver ambos mares sin que ningún edificio les estropease el panorama. A continuación, se podían dejar rodar hacia uno de los dos lados para acabar bañándose en el “mar grande” o en el “mar pequeño” mientras se partían de risa. Avancemos un poco más para llegar a la época al boom del turismo de sol y playa. Crecieron torres de apartamentos por todos lados como las setas tras la lluvia, tanto en la propia manga como en la mayor parte de la costa del Mar Menor.
En los primeros momentos de esa época de crecimiento, cuando se pusieron los cimientos de los problemas actuales, se tomaron unas interesantes fotografías aéreas esteroscópicas que pude ver hace unos años en unas prácticas de la carrera de Biología. En aquellas fotos que veíamos con cierta profundidad gracias al estereoscopio, se empezaban a ver algunos edificios salpicando el terreno entre mares. Con el paso de los años, no quedó hueco disponible por urbanizar, se construyeron puertos, espigones y canales por donde transitan cientos de embarcaciones dedicadas en su mayor parte al ocio. En el otro lado del Mar Menor, en la costa peninsular no se quedaron atrás y los pueblos florecieron de apartamentos, resorts de golf (hoy algunos en estado de abandono), centros comerciales e incluso un aeropuerto comercial (hoy en desuso).
Paralelamente a la costa, tierra a dentro se desarrolló una agricultura intensiva que aprovechase el estupendo clima murciano, apoyado por un sistema de regadío y el aporte de fitosanitarios y abonos para poder producir el mayor número de frutas y hortalizas posibles, muchas creciendo en invernaderos de plástico que cubren buena parte del paisaje.
Pues con este panorama llegamos a la actualidad: tenemos una de las mayores lagunas de agua salada con su peculiar ecosistema, rodeada por todo un sistema artificial, deforestado, con gran aporte de nutrientes y productos de desecho cuya salida natural es hacia dicha laguna. Un claro ejemplo de que el crecimiento infinito es imposible sin consecuencias ambientales, las cuales se ven acrecentadas con los eventos climáticos extremos que nos trae el cambio climático.
Imagínense al equipo de biólogos dedicados a criar con mimo caballitos de mar (foto de Florin Dumitrescu de un Hippocampus guttulatus) en la Universidad de Murcia, logrando un número suficiente de ejemplares en un largo proyecto de años de duración, planeando su reintroducción y al fin llevándola a cabo con el afán de recuperar la menguada población de la laguna. Imagínense a los bicheros como yo buceando en la magnífica pradera de algas, disfrutando de sus lisas, sargos, doradas, blénidos, mújoles y otro sin fin de animales. Imagínense también a los pescadores de la Cofradía del Mar Menor que se ganan la vida en esas aguas, sacando adelante proyectos para lograr la sostenibilidad de su actividad. Y como último esfuerzo, imagínense nuestras caras cada vez que la tele nos muestra imágenes de las riberas de nuestro querido mar alfombradas de cientos de peces muertos.