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Personaje del mes: Zyryab

Zyriab, El Mirlo, es un personaje mítico en la historia del mundo árabe andaluz desde el siglo IX. Creador de los parámetros de la elegancia de Al-Andalus hace dos siglos.

En 1990 el gran músico y excelente guitarrista Paco de Lucía dedicó a nuestro personaje de hoy un álbum del que se ha hablado mucho, no tanto por el personaje a quien va dedicado, como por la magnificencia de su arte como guitarrista. Pero, ¿quién era Zyryab?

Me voy a permitir dedicar unas líneas a este personaje desconocido, que nos dejó costumbres, novedosas para su época, que se extendieron por el todo el mundo, y que, aunque comenzaron en la Andalucía del siglo IX, siguen vigentes hoy.

A él se deben los refinamientos en la mesa, que se han extendido por todo el mundo: la armonía en la
presentación de los platos en las comidas, los colores y sabores de la cocina arábigo-andaluza. Introdujo el uso del azafrán, la mostaza, el romero, el tomillo, la canela, el clavo, la nuez moscada, la pimienta negra, el cilantro, el comino y cardamomo… lo que produjo unos platos “divertidos” (como se diría hoy) frente a lo soso y aburrido de la cocina del resto de España y de Europa; enseñó a aderezar las aceitunas machacadas, con ajo, agua y algunas especias; inventó las albóndigas (al-bunduq = bola), el pescadito frito, las empanadas, los fideos, los pestiños, los alfajores, el arroz con leche… y volvió a poner de moda el uso del aceite de oliva que se estaba perdiendo entre los hispano godos. El aceite de oliva fue relanzado por Zyryab convirtiéndose a partir de él en la grasa más usada en la cocina hasta hoy mismo. Estas fueron contribuciones suyas a la culinaria de nuestra tierra, que siguen vigentes.

Con Zyryab, la alta sociedad cordobesa aprendió, además, las más exquisitas novedades de Oriente: a
usar los manteles de cuero fino; fundó el primer salón de belleza en Córdoba, con las más modernas tendencias
del peinado masculino y femenino; enseñó a la elite de Al-Ándalus el arte de ornamentar y adornar los platos (como los “desestructurados” de hoy), el uso de productos depilatorios o dentífricos, hasta entonces desconocidos en el reino. Enseñó a los señores de Córdoba que los vasos y copas de cristal eran más apropiados para degustar el vino que las pesadas copas de oro o plata que se usaban; que los platos de un banquete no deberían ofrecerse en un grosero desorden, sino obedeciendo a una secuencia ritual, que comenzaba en los entremeses y las sopas, seguía con los pescados, luego con las carnes, y concluía con los golosos postres de los obradores de palacio, y las diminutas copas de licor (los chupitos que diríamos hoy). Les enseñó a deleitarse con el sabor de los espárragos trigueros, que ellos ignoraban, aunque crecían espontáneamente en Al-Andalus, y a disfrutar con guisos de habas tiernas: legó a la ciudad el plato que lleva su nombre: el “ziriabi” o asado de habas saladas.

También nos dejó el temor a los antojos de las embarazadas, la certidumbre de que los niños que juegan con fuego se orinan en la cama, que comerse los rabos de las pasas es bueno para la memoria, el miedo a los espejos rotos, al número trece, a cruzarse con un gato negro, y alguna superstición más, que sigue viva hoy.

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También enseñó a embellecer los patios de las casas, muy útiles para luchar contra “las calores” estivales, con las fuentecillas y los azulejos que adornan las paredes, plagadas de macetas de flores, que siguen embelleciéndolos hasta hoy (acuérdense de “los patios” cordobeses).

De entre las costumbres más extraordinarias que fomentó Zyryab, destaca la cultura del agua, que ya practicaban
los romanos pero que se había olvidado. Cuando en el resto de España ni tan siquiera se lavaban, en Córdoba había 600 baños públicos (y una biblioteca con más de 400.000 volúmenes catalogados, dicho sea de paso). Entre los monumentos que nos han legado los árabes, se citan muchos baños porque exaltaron la cultura del agua en los baños rituales: el Hammam, baño árabe con agua caliente y vapor, para relajar el cuerpo (y el alma), como en las actuales saunas, o en los balnearios. ¡Hay tanto de lo nuestro actual de tiempos de moros! Nuestro amigo Juan Eslava Galán ha publicado en la editorial Espasa el libro Califas, guerreros, esclavas y eunucos. Hay que leerlo para descubrir muchas más cosas que heredamos de los moros, y que siguen hoy vigentes.

Sus innovaciones musicales tuvieron también una gran trascendencia. Al laúd oriental le añadió una quinta cuerda, convirtiéndolo en la base de lo que sería la guitarra española; con Zyryab entraron en Andalucía las melodías orientales de origen greco-persa, que serían la base del flamenco (palabra que procede del árabe fel-lah-mangu: el labrador que canta). A su influencia se deben las saetas (canto de llamada a la oración de los almuecin), el cante jondo y muchos palos del flamenco. En ellos está presente la taqiyya, elementos melódicos que se usaban para “disimular” la identidad religiosa de los cantantes, en condiciones, digamos, adversas. Además de los Olé, Olé, los gestos del cantaor sentado en la silla, que cierra los ojos cabizbajo y alza el dedo índice de la mano derecha, y dice lai lai lai la, es una reminiscencia morisca de la Shahada o Reconocimiento de musulmán: de ahí la ilaha ila Allah (No hay más Dios que Allah). Y así podríamos alargarnos con muchos más ejemplos de influencia árabe y oriental de los que encontramos en el flamenco, y que nos trajo nuestro personaje de hoy.

Destaquemos otra vez, por último, el álbum que le dedicó Paco de Lucía a Zyryab, que ha provocado estas líneas: una maravilla, como es todo lo que hizo Paco con su guitarra y su fino espíritu musical.

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