¡Percebes!

¡Percebes!

por Fernando Zamora.

 

Para muchos las fiestas navideñas son sinónimo de cenas pantagruélicas donde se degustan platos que el resto del año no suelen visitar nuestras  mesas. Carnes, pescados y, por supuesto, mariscos dispuestos sobre manteles rojos son una estampa habitual en muchas casas en estos días. Entre tanto fruto de la tierra y el mar, hay un pequeño habitante de este último que, por su peculiaridad, bien merece dedicarle unas líneas que lo presenten como algo más que un manjar a saborear.

 

Hoy quiero hablarles de los percebes. No sé si les gustarán o no, o si al menos los han probado. Tampoco creo que tengan uno a mano ahora mismo, pero bien pueden echarle un ojo a la foto por si no los conocen. Uno puede ver una especie de dedo que sale de la roca y tiene en su extremo unas placas duras con forma de punta de flecha. Cuesta clasificarlo incluso como un animal, si acaso uno muy primitivo o alguna suerte de molusco. Al fin y al cabo en la pescadería lo vemos junto a los mejillones, así que por ahí andarán los tiros, ¿no? Bueno, pues dígale al pescadero que los sitúe mejor junto a las gambas, porque estos bichos son en realidad crustáceos como ellos. Y diréis: los crustáceos tienen cabeza, extremidades y ese tipo de estructuras y el percebe, bueno, parece una piedra.

 

Pues imaginen que ponemos una gamba apoyada sobre su dorso, en el que crece un pedúnculo para fijarse a un sustrato duro. Quedaría patas arriba y con la cabeza un poco orientada hacia abajo. Los ojos no hacen falta, así que carece de ellos y su cabeza es casi indistinguible, pero aloja un pequeño cerebro. Las patas se convierten en estructuras de captación de alimento a base de filtrar el agua circundante y emergen al abrirse las placas cuando el animal no percibe peligro. Esas placas, que conforman lo que se llama el capítulo, tiene cada una nombre propio y forman un escudo que permanece cerrado cuando el percebe queda fuera del agua al bajar la marea.

 

Los percebes son hermafroditas, cada individuo tiene ambos sexos pero no se fecundan a sí mismos. En los que conocemos en España (Pollicipes), ambos sexos maduran a la vez y el macho de un percebe introduce un saco con espermatozoides en el ovario de otro percebe vecino. Tras la fecundación y maduración, miles de pequeñas larvas pasan a jugarse el tipo formando parte del plancton, donde irán creciendo y sufriendo diferentes metamorfosis hasta que adquieren la capacidad de fijarse a un sustrato usando su glándula de cemento. A partir de ese momento el pequeño percebe irá creciendo hasta formar un nuevo ejemplar adulto, proceso que le lleva unos seis meses. Se trata de animales coloniales, por lo que lo habitual es encontrar grupos de individuos adheridos a la misma superficie.

 

Además de su importancia gastronómica, el grupo animal en el que se encuadran los percebes y que se llama cirripedios fue objeto de estudio del mismísimo Charles Darwin. El considerado padre de la evolución pasó cerca de una década trabajando en el conocimiento de los balanos (barnacles, en inglés) creando una obra que le valdría el reconocimiento de la sociedad científica más prestigiosa de la época, la Royal Society. Este pormenorizado estudio del grupo animal que posee el pene de mayor tamaño en relación al cuerpo de todo el mundo animal, sentaría las bases de la obra por la que Darwin pasaría a la posteridad: El Origen de las Especies.

 

Así que, la próxima vez que veas al percebe en la pescadería, pídele que lo ponga junto a sus primas las gambas y ríndele el tributo que se merece como precursor de uno de los mayores avances científicos de los últimos siglos.

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