Palmeras
Venía yo reflexionando que, aunque nuestro entorno urbano pinteño luce una respetable masa arbórea en sus avenidas, parques y jardines, bien pocas de las especies que vemos son propias de la península ibérica. En algún momento de la historia de Europa, se empezaron a traer especies vegetales de todos los rincones del mundo para usarlas con fines ornamentales mientras que, paralelamente, se deforestaba salvajemente para hacer espacio al desarrollo de la agricultura, las industrias y las viviendas. En la actualidad, si quieres ver árboles autóctonos no te quedará otra que organizar una excursión y fijarte bien, porque incluso en el monte se han introducido especies de árboles para su explotación maderera o han llegado algunas de las ornamentales que pueblan nuestros parques.
Entre estas últimas destaca un grupo que parece sacado de una postal del Caribe: las palmeras. Este grupo de plantas a las que no podemos llamar con propiedad árboles se engloba en la familia de las arecáceas que, curiosamente son monocotiledoneas. Lo explico: cuando germina la planta a partir de la semilla, ese pequeño retoño solo posee una hojita mientras que las dicotiledóneas tienen dos. Digo curiosamente porque la gran mayoría de las monocotiledoneas son herbáceas, es decir, que las enormes palmeras tienen más que ver con el trigo que con cualquier árbol que conozcas.
Las palmeras son plantas propias de climas tropicales, donde tienen una enorme importancia tanto ecológica como económica (aceite de coco, aceite de palma, almidón, dátiles, rafia). Sin embargo, algunas especies se han adaptado a climas mucho más secos e incluso desérticos, lo que sitúa a un par de especies en tierras españolas: el palmito (Chamaerops humilis) que podemos ver por la costa mediterránea y la palmera canaria (Phoenix canariensis) propia de las Islas Canarias.
Con las palmeras nos pasa lo mismo que con los cactus: son tan diferentes al resto de plantas que resulta sencillo distinguirlas. Hojas de verde intenso, duras y pinnadas (cada hoja dividida en varias hojas menores que brotan de un eje) que crecen del extremo de un tallo que normalmente no está dividido y tiene un aspecto escamoso. Cualquier niño podría dibujarlas. Ahora, para distinguir cada especie de las ornamentales que podemos ver ya tendremos que tirar de guía botánica. Para una primera aproximación en nuestros paseos por Pinto: los palmitos son bajos y sus hojas tienen un peciolo largo, es decir, cada hoja tendría la forma de un brazo con una mano de largos y numerosos dedos. Por el contrario, las palmeras son más altas y sus hojas tienen el aspecto de una pluma de ave, lo que le da a la planta la pinta de un enorme plumero clavado en el suelo.
Otro dato a tener en cuenta es que las flores de ambas cuelgan en racimo de la base las hojas y que son especies de sexos separados, lo que hace que veas dos tipos de flores: las masculinas más finas y pequeñas, y las femeninas que son más gruesas y una vez fecundadas darán los frutos. También podéis ver algunas palmeras que han desarrollado hijuelos en su base, de manera que se podrían propagar gracias a esos pequeños clones.
Con todo esto, ya solo queda fijarse en lo que vemos para presumir de conocimientos botánicos: “mira, Mari Carmen, esa palmera canaria macho del parque necesita una poda de los hijuelos que le frenan el crecimiento y un saneamiento de sus hojas pinnadas más antiguas”.
Por Fernando Zamora.