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La ardilla
Hace un par de milenios el geógrafo e historiador griego Estrabón compuso una inmensa obra de 17 volúmenes donde se describía el mundo tal y como se conocía en ese momento, recopilando descripciones propias y de otros sabios de la época, como Posidonio. De la mano de este último es la información que Estrabón incluyó sobre la península ibérica en el tercer volumen de su Geografía. Todo esto viene porque es a este autor al que se le atribuye la famosa afirmación de que una ardilla podía cruzar la península ibérica de árbol en árbol sin tocar el suelo en ningún momento. Sin embargo, Estrabón hablaba de llanuras de suelo pobre en el interior de la Península y no decía nada de ardillas saltarinas, así que parece que estamos ante un bulo histórico.
Aunque queda probado que España no era un territorio densamente arbolado como punto de partida, la gestión de los bosques que históricamente se ha llevado a cabo aquí tampoco dejaría a la hipotética ardilla muchas opciones. Uno no puede dominar los mares, descubrir y colonizar continentes y montar una de las marinas más imponentes de la época sin llevarse por delante algunos cuantos bosques. Más tarde, la agricultura extensiva, el crecimiento de las ciudades e industrias se encargó del resto. En la actualidad, las escasas muestras de bosques originales, las repoblaciones de pino del siglo pasado y las plantaciones de eucalipto, dibujan parches irregulares entre bastos terrenos de llanura y secano.
Aunque una ardilla gallega nunca pudo ni podrá visitar a su prima gaditana sin tomar un taxi, eso no significa que no tengamos ardillas saltando entre los árboles. De hecho, nuestra ardilla roja (Sciurus vulgaris) está presente en muchos de nuestros bosques, con preferencia por los de pinos donde se pueden encontrar entre 14 y 40 individuos por kilómetro cuadrado. En los bosques urbanos donde las podemos ver e incluso alimentar de la mano, hablamos de ejemplares procedentes de sueltas, como el de esta foto de mi hermano Rober en Aranjuez.
Comparada con Alvin y sus hermanos, nuestra ardilla es una preciosidad. Su cuerpo esbelto de tonos rojizos salvo por el vientre blanco, junto con su larga cola peluda y su hocico corto, hacen de este animal uno de los mamíferos más emblemáticos de nuestro país. A su característica cola peluda se le atribuyen las más diversas funciones: paraguas, ventilador, paracaídas, contrapeso o incluso bandera de señales.
No es fácil de distinguir machos y hembras, que se aparean en primavera dando tres o cuatro crías que salen del nido a los 40 días. El resto del tiempo son animales solitarios y muy activos, recorren el bosque todo el día en busca de frutos como piñones, bellotas o nueces, descansando de noche en sus nidos. Son animales con una esperanza de vida muy escasa, apenas superan un año y rara es la ardilla que disfruta más de tres primaveras. Los depredadores y los incendios forestales son sus principales enemigos, además de la escasez de alimento invernal que complementan comiendo alguna larva de escarabajo o incluso cortezas de álamo.
(c) Fernando Zamora