Filomena y los pájaros
por Fernando Zamora.
Está claro que el paso de la borrasca Filomena nos ha dejado a todos impresionados por la intensidad y duración de la nevada. El habitual paisaje urbano de edificios, calles y parques se ha visto cubierto por un denso manto blanco que en algunos lugares superaba el medio metro de espesor. La nieve lo ha cubierto todo, y las heladas posteriores ha mantenido esa capa de agua en estado sólido durante más de dos semanas en algunos puntos. Si para los humanos, con todos nuestros medios técnicos a disposición, las dificultades han sido numerosas, imagínense para los animales.
Las especies que conviven habitualmente con nosotros en los núcleos urbanos están acostumbradas a vivir de nuestros excesos, aprovechando alimentos de fácil acceso y el cobijo que les ofrecen edificios y parques. Los inviernos pueden ser más o menos rigurosos, pero la presencia humana que pone a su disposición migas de pan y desperdicios son una constante. Sin embargo, durante estos días, todo se ha congelado. Literalmente.
Hagamos un ejercicio de imaginación: vamos a convertirnos por un momento en un pequeño gorrión, de apenas treinta gramos de peso, con un diminuto corazón que funciona a 850 pulsaciones por minuto para mantener irrigados nuestros potentes músculos que nos permiten elevarnos en el aire batiendo las alas. Nuestro plumaje, además de ayudarnos a volar, es nuestro único abrigo y resulta que somos un animal poiquilotermo, es decir, nuestra temperatura corporal no es constante y varía con el ambiente. Ahora situémonos en medio de la borrasca Filomena.
Lo primero que hay que hacer, y para eso las aves somos muy previsoras, es permanecer refugiados mientras esté nevando. Y así pasamos un par de días, convertidos en un pequeño ovillo de plumas, aguantando con las escasas reservas que almacenamos en el tejido graso, escondidos entre arbustos o en huecos de los tejados. Bien, parece que ya escampa, toca salir en busca de alimento y agua, que estamos caninos. Y, ¿qué encontramos? Hielo donde había agua y nieve cubriéndolo todo. Ni un centímetro de terreno descubierto donde buscar alguna semilla que llevarse al pico. Que no cunda el pánico, tenemos a los humanos, ellos siempre andan desperdiciando comida. Espera… ¿Dónde están los humanos? En casa, calentitos (o atrapados donde les pilló Filomena). Hoy no encontramos nada, quizá mañana haya mejor suerte. Pero al día siguiente la nieve sigue ahí, y los humanos siguen encerrados y ensimismados, peleando con la nieve.
Por fortuna, en medio de este drama pajaril surgió la voz de defensores de las aves como la Sociedad Española de Ornitología, y empezó a circular por redes y grupos de mensajería un llamamiento general para ofrecer comida a las aves que viven en nuestros pueblos y ciudades. Y la gente, una vez más, respondió. En las tiendas de mascotas se agotaron las semillas y los comederos de exterior y se volvieron a arrojar migas de pan desde las terrazas. Los pájaros volvieron a cantar agradecidos y patrullar nuestras calles en pequeñas grupos, esperando la llegada de la primavera para construir sus nidos entre las ramas de árboles que muestran las cicatrices de estos días difíciles.