Ese Árbol
Por Fernando Zamora
Si soy sincero, nunca me ha atraído demasiado la botánica. Para mi las plantas son eso verde que sirve de alimento o refugio a algunos animales. Pero no por ello menosprecio la importancia que tiene el variadísimo mundo vegetal en los ecosistemas ni el espectacular desarrollo evolutivo que ha permitido a las plantas adaptarse a los más variados ambientes. Desde la más diminuta alga unicelular hasta el más impresionante ejemplar de árbol centenario, todos los organismos fotosintéticos han hecho nuestro mundo el que es, empezando por modificar la atmósfera para dotarla del oxígeno que utilizamos el resto de organismos para oxidar la materia y obtener energía.
Y claro, luego vinimos nosotros. Apreciamos todas sus virtudes y les sumamos algunas más prosaicas. Usamos las plantas como fuente de alimento, de combustible, material de construcción e incluso ornamental, plantando aquí y allá las especies que mejor nos vienen y quitando de en medio sin miramientos el resto. Es común ver extensos campos de cultivo monoespecíficos, regados con herbicidas que impidan que crezcan las ‘malas hierbas’ y salpicados de vez en cuando con algún arbolillo cuya existencia se permite para servir de cobijo a los agricultores. Y en los entornos urbanos delimitamos claramente el espacio dedicado al mundo verde en alcorques y parques, seleccionamos las especies por su facilidad de mantenimiento, su crecimiento, si llenará el suelo de hojas en invierno, dará sombra en verano o queda bonito en la infografía que diseñó algún arquitecto.
Entre tanto verde, nuestro pueblo cuenta con un habitante destacado, un impresionante olmo situado a las puertas de la Ermita del Cristo, en la plaza que lleva su nombre junto a la estación de tren. Los olmos son una especie que se da por toda la Europa templada, dándose de forma natural desde la península ibérica hasta el mar Negro. Prefiere suelos profundos y húmedos, por lo que se le suele encontrar en la ribera de los ríos, junto a sauces y álamos. Como se trata de una especie fácil de cultivar y esquejar y con una madera resistente al agua que lo hace idóneo para canales, barcos y vigas, ya desde la época de los romanos se empezó a plantar por doquier. Por desgracia se trata de una especie aquejada en los últimos años por una enfermedad que la ha ido diezmando, la temida grafiosis. Los ejemplares afectados sufren el ataque de un hongo que tapona sus vasos y hace que se sequen hojas y ramas, dando en los casos más graves como resultado la muerte del árbol.
En nuestro pueblo tuvimos muchos ejemplares en los alrededores del municipio y el ejemplar del que hablamos hoy ocupó su lugar en el centro de su plaza hace aproximadamente tres siglos, seguramente consecuencia de la tradición de plantarlos en las plazas como fuente de sombra. A su lado corría el agua de la desaparecida fuente que abastecía de agua a los escasos vecinos y visitantes del Pinto de hace décadas.
Ese árbol, un majestuoso olmo de más de 15 metros de altura y más de 3 de perímetro, ha visto pasar al menos tres siglos de la historia de nuestro municipio, con la llegada del ferrocarril y la industrialización. Ha contemplado el crecimiento de Pinto desde la pequeña villa embarrada que lo vio nacer hasta la moderna ciudad que es hoy. A su lado en la plaza, inseparable desde prácticamente el mismo tiempo, tenemos la histórica Ermita del Cristo (S.XVII).
A día de hoy, y es el motivo que me lleva a escribir estas líneas, nuestro viejo olmo está enfermo. Este impresionante ejemplar que ha sobrevivido a tres siglos de convulsa historia y que se encuentra catalogado como ‘Árbol Singular’, sufre como muchos de sus congéneres de la terrible grafiosis. Esto hace que las ramas afectadas se tornen secas y con el viento y la lluvía puedan desgajarse del árbol. Este hecho puede provocar situaciones peligrosas a los viandantes y, al delimitar un espacio de seguridad bajo sus ramas mientras se soluciona el problema para evitar accidentes, se ha creado un conflicto con su vieja compañera, la ermita, que ve sus puertas bloqueadas por las vallas. Y aquí empieza el debate sobre qué es más importante o que estaba en la plaza en primer lugar, si el templo o el árbol.
Hay quien dice que se debe hacer desaparecer el árbol, que al fin y al cabo, ‘solo es un árbol’. Esas voces olvidan que las ramas de este superviviente entre los de su especie conforman tres siglos de vida pinteña, que ese árbol compartió el agua de la única fuente de Pinto con sus habitantes y que todas las procesiones que salieron de la ermita pasaron bajo sus ramas. Tenemos que ser capaces de reconciliar a estos dos antiguos vecinos pinteños, pues entre nosotros ya no queda nadie que los viese nacer pero si muchos que podrán disfrutar por muchos años más.