Agua

Agua

“Papi, ¿dónde se fabrica el agua?” Hace poco que mi hija me hizo esta inocente pregunta seguramente tras hacer algún tipo de reflexión viendo los limpiaparabrisas moverse para eliminar los rastros de la última tormenta veraniega que trajo más polvo que agua. No tengo claro si la pregunta iba por saber cómo llegaba el agua al depósito del coche o era más general, pero yo me lancé a explicarle el ciclo del agua. El agua del mar se evapora y forma las nubes y luego llueve o nieva y los ríos recogen el agua que vuelve al mar. Y así una y otra vez, el agua que nos rodea es básicamente siempre la misma. Pasa por los seres vivos, dónde es retenida más o menos tiempo, pero tarde o temprano vuelve a formar parte de alguna etapa de este ciclo. Con este planteamiento general, el hielo de tu refresco bien puede que tenga moléculas de H2O que contribuyeron al hundimiento del Titanic, regaron los míticos jardines colgantes de Babilonia, o fueron evacuadas por Napoleón tras un exceso de vino francés. Vete a saber, mejor no darle muchas vueltas.

 

Si siempre es la misma, la diferencia en que tengamos agua disponible para nuestros usos o no solamente radica en el tiempo que pasa este elemento en cada uno de los eslabones de esa cadena. Los humanos tratamos de retener el agua dulce cuando se encuentra en abundancia en los ríos, antes de que llegue al mar y se mezcle con las sales que hacen que no sea utilizable más que para refrescarnos en verano. Si no llueve ni nieva lo suficiente, nuestros embalses pueden almacenar menos agua, con lo que tenemos sequía y el agua permanece retenida en el mar. Por eso es importante que, haya mucha o poca disponibilidad, seamos conscientes de lo limitado de este recurso cuya escasez llega a provocar guerras en otras latitudes.

 

Si lo pensamos, parece que la solución más simple a esta problemática pasa por lograr utilizar el agua de los océanos, donde hay más que suficiente, en lugar de utilizar el agua de los ríos. Muy pocos animales pueden beber agua salada sin consecuencias, y nosotros no nos contamos entre ellos. Los reptiles y aves que viven en el mar tienen glándulas en sus lagrimales o fosas nasales que les ayudan a expulsar el exceso de sal, pero esta capacidad fisiológica tiene un cierto coste energético para estos animales. Inspirándonos en este concepto podríamos hablar de las desalinizadoras, esas máquinas que, con un coste energético en forma de corriente eléctrica, son capaces de separar la sal del agua para que esta pueda ser usada. Este no es un proceso 100% eficiente, casi la mitad del agua no podrá ser utilizada y el coste energético es muy grande. Por no hablar del económico: el agua desalada cuesta el doble que la dulce.

 

Hagamos cuentas: se calcula que el promedio mundial de consumo de agua es de 3.400 litros al día por persona. Y no hablamos de agua de bebida, si no de lo que esta es la cantidad de agua que necesitamos para sostener nuestro estilo de vida, nuestra ‘huella hídrica’. La planta desalinizadora más grande del mundo, además de una de las más eficientes, está situada en Israel y produce 624 millones de litros al día, es decir, cada día produce las necesidades diarias de unas 183.500 personas de un país con más de 9 millones de habitantes, con lo que harían falta otras 50 plantas similares para cubrir todas las necesidades del país. En España tenemos 765 plantas desalinizadoras, situadas en su  mayoría en las islas y el litoral mediterráneo, que suman una producción de unos 100.000 litros al día. Esto cubre la huella de unas 30 personas de los 47 millones que somos. Creo que queda claro la importancia del consumo responsable.

 

(c) Fernando Zamora.

 

Datos: Fundación Aquae