A cámara lenta
En una conocida película infantil protagonizada por un conejito policía y un zorro muy avispado, hay una escena en la que ambos visitan una oficina regentada por un grupo de perezosos. La tremenda diferencia entre la velocidad a la que se mueven y reaccionan unos y otros animales da lugar a una de las secuencias más divertidas de la peli. Y es cierto que los perezosos reales hacen bastante honor a su nombre, siendo unos animales que en contadas ocasiones realizan actividades a una velocidad que para nuestros ojos no parezca cámara lenta.
Mi experiencia con estos curiosos animales la marcó un perezoso llamado Bob. El perezoso de tres dedos Bob vivía en un hábitat dedicado a animales nocturnos del zoo donde yo trabajaba. Compartía instalación con un grupo de Aotus o monos de la noche que dominaban las ramas y rocas, y un armadillo de seis bandas que deambulaba por el suelo. A estos animales se les ofrecía el alimento en los primeros momentos tras el apagado de las luces diurnas, en lo que sería su crepúsculo y para nosotros el amanecer, pues se les mantenía con el ciclo circadiano invertido para que el público pudiera observarlos activos en condiciones de penumbra. Pues bien, entre mis tareas estaba la de entregar a Bob en mano, pieza a pieza, su dieta cada día. Esto era así porque si le dejaba la comida en su comedero, los espabilados monos de la noche se la robaban antes de empezar con su propia comida. Así que, imagínense la paciencia que tiene que tener uno cada día para encaramarse a un árbol cargado con una bandeja de frutas y verduras, para luego ir ofreciéndoselas una por una a Bob. Y este primero percatarse de la situación, y luego, sin prisa, alargar su lanudo brazo, agarrar con sus garras la comida y llevársela a la boca. Mastica, mastica, mastica… Toma otro trozo. Miro el reloj y pienso en todo lo que tengo por hacer. ¿Le dejo la bandeja? Miro a los monos que empiezan a avanzar desde su dormitorio hacia el árbol de Bob. Paciencia, que Bob tiene su ritmo. Y así cada día.
Los perezosos son un grupo de mamíferos que viven en las zonas tropicales de Sudamérica. Su cabeza redonda con ojos frontales, junto con su hocico chato y una especie de perenne sonrisa, les da un aspecto amigable. Son fundamentalmente herbívoros, aunque de vez en cuando se llevan a la boca algún complemento de proteína animal en forma de insectos o pequeños reptiles. Sobre su pelaje lanoso se llegan a desarrollar algas, lo que le da un color marrón verdoso. Esta pinta de matojo junto con su inmovilidad y lentitud de movimientos son la estrategia del perezoso para evitar ser descubierto por los depredadores, su principal causa de mortalidad. Las garras que rematan sus extremidades le permiten colgarse de las ramas con facilidad pero también le pueden resultar de ayuda para defenderse. Se manejan genial en las ramas, pero en el suelo son muy vulnerables pues solo llegan a arrastrarse torpemente. Prefieren moverse por el agua antes que por el suelo puesto que son mejores nadadores que caminantes.
Curiosamente, aunque a primera vista cualquiera lo emparentaba con los primates, realmente son más cercanos a los osos hormigueros. Los pobres perezosos son objeto de la caza furtiva para hacerse con las crías para su venta como mascota, además de sufrir la degradación de su hábitat. Con sólo una cría por vez, tampoco son rápidos reproduciéndose, por lo que los parientes de mi querido Bob se encuentran en peligro en algunos lugares.
Fernando Zamora