Somos apetitosos
Que levanten las manos los padres que han tenido que enfrentarse al cansino problema de los piojos en las cabezas de sus retoños. Estos pequeños insectos llamados Pediculus humanus han adaptado sus patas curvándolas para mejorar el agarre a los cabellos humanos y desde ahí picar para llevarse un poco de sangre. De ahí el molesto picor. Son parásitos obligados nuestros, no viven en el pelo de ninguna otra especie animal, otros primates como los chimpancés tienen su propia especie de piojos asociada. Imaginaos la de miles de años que el ser humano lleva sufriendo este parásito para llegar a este nivel de especialización.
Y es que somos muy apetitosos. Somos un animal que se desplaza por el mundo con una temperatura corporal de 36 grados, una piel lo bastante fina como para ser perforada con las mandíbulas adecuadas para acceder a infinidad de capilares rebosantes de alimento. Compara lo que le cuesta a la enfermera encontrarte la vena adecuada para sacarte sangre con la facilidad del mosquito para hacer lo propio. Todo es cuestión de dimensión. El pequeño tamaño del parásito y sus herramientas hacen que esta tarea sea sencilla, pues todos nuestros vasos sanguíneos superficiales le valen para alimentarse.
Y tenemos dos metros cuadrados de piel, que se dice pronto. Un órgano maravilloso que nos protege y del exterior, pero que también es un buffet libre para algunos diminutos seres que se atreven a buscarse la vida sobre nosotros, disponiendo de hasta dos metros cuadrados de piel para explorar y buscar sustento. Mientras la mayor parte de los animales terrestres luchan una batalla constante contra la pérdida de agua, los humanos nos dedicamos a expulsarla por nuestros poros en forma de sudor. Este líquido que nos ayuda a refrigerar el cuerpo y expulsar algunas sustancias, corre cada hora por nuestra piel en cantidades que oscilan entre el medio litro y los cuatro litros que producimos cuando realizamos ejercicio intenso. Por otra parte, las glándulas sebáceas producen deliciosos lípidos que hidratan y protegen la piel. Este banquete es aprovechado por ácaros como nuestro amigo Demodex que hace de los folículos su hogar. Estos arácnidos son comensales inocuos que se aprovechan de nuestras secreciones, aunque si su población se dispara, puede provocar ciertos problemas.
Otros habitantes de la flora de la piel son aún más pequeños y lo componen un gran número de bacterias como estafilococos, estreptococos o pseudomonas. Hay estudios que ahondan en la ecología de estos microorganismos en relación con las diferentes zonas de la piel, si prefieren las zonas más secas, húmedas o ricas en grasas. Al igual que pasa con los ácaros, las bacterias son comensales que viven del sudor y la grasa, pero si su número aumenta puede provocar problemas como el acné.
Nuestra propia piel controla a todos estos inquilinos produciendo péptidos, manteniendo cierta acidez y haciendo trabajar a nuestro sistema inmune. Por supuesto, los hábitos higiénicos son importantes para tener a raya a estos gérmenes, pero no hay que perder de vista que lo que vive sobre nosotros es una comunidad con sus propios equilibrios y dinámicas, por lo que demasiada higiene o el abuso de sustancias como antibióticos pueden provocar nuevos problemas o eliminar las protecciones naturales de la piel. Es decir, debemos convivir con todos los seres que llevamos a cuestas. ¡Y no te rasques!
(c) Fernando Zamora