Vida de molusco

Vida de molusco

En las revueltas y frescas aguas del Atlántico, no muy lejos de la costa, un ser diminuto,  bate sus cilios en un intento instintivo de evitar la caída al fondo del lecho marino. Apenas tiene un día de vida y lleva una mochila de reservas energéticas en forma de saco vitelino, energía que debe aprovechar para mantenerse en la columna de agua y acometer su próxima metamorfosis. Las corrientes, las mareas y el oleaje mueven a esta pequeña larva en todas direcciones, junto con todos los habitantes de la sopa que compone el plancton marino. Otras larvas, algas, bacterias, huevos, gametos, además de individuos adultos pero microscópicos luchan cada cual su propia batalla contra la gravedad que les quiere arrojar al fondo. De pronto el agua se agita al paso de los veloces peces que pasan con la boca abierta, atrapando todas estas pequeñas formas de vida.

 

Nuestra pequeña protagonista, una sufrida larva llamada trocófora por su forma de peonza, se libra por escasos milímetros de acabar en la boca de estos depredadores. No serán las únicas amenazas a las que la larva se enfrente en los momentos siguientes. Multitud de animales filtran las aguas en busca de alimento, desde las grandes ballenas hasta las anémonas que viven fijas a las rocas. Pero la suerte sonríe a nuestra amiga y poco a poco observamos que en la superficie de la larva se distingue una forma de D conforme va creciendo. Esa zona dará lugar a una pequeña concha y la larva pasará a convertirse en una bonita larva llamada velígera, estado en el que pasará algunas semanas más. Nuestra amiga ya tiene un tubo digestivo, al que lleva la comida atrapada por una línea de cilios que mueven el agua y que también le da una cierta movilidad. También tiene un ojo muy rudimentario que le permite saber dónde está la luz. La larvita ya tiene toda la pinta de un diminuto mejillón, de apenas un cuarto de milímetro. Aún sigue en peligro de ser devorada, pero el azar de nuevo le sonríe y sigue prosperando. Ahora, además del velo que asoma entre las conchitas, se ha formado el pie. Este potente órgano muscular formará los sifones por donde entrará y saldrá el agua y también le permitirá un cambio radical en su modo de vida: fijarse al sustrato.

 

El diminuto mejillón va a dejar su arriesgada vida aventurera como parte de plancton y va a sentar la cabeza. Bueno, más bien el pie, del que salen unos filamentos que se fijarán con sorprendente fuerza a las rocas. El peligro por fin ha pasado, tan solo nos quedan largas temporadas de filtrar el agua que lo rodea, cerrando sus conchas cuando hay peligro o se queda expuesto al aire. Llegado el momento, liberará sus gametos al agua para dar lugar a una nueva generación de valientes larvas que desafiarán todas las probabilidades en su contra para tratar de convertirse en unos hermosos mejillones.

 

(c) Fernando Zamora