Elefantes y manatíes

Elefantes y manatíes

La Zoología es una rama apasionante de la Biología, pero algunos aspectos como la clasificación son realmente complicados cuando uno ahonda un poco en el tema. Es como tratar de hacer un puzzle del que no tienes todas las piezas desde el principio, ni tampoco una imagen de cómo debería quedar y encima la habitación donde lo montas está casi a oscuras. Igual suena un poco exagerado a día de hoy que ya tenemos una idea bastante buena de cómo es la imagen que estamos obteniendo de la clasificación de los animales. Pero si atendemos a los detalles, aún hay multitud de piezas que parecen encajar en varios sitios o que no lo terminan de hacer en ninguno. Especies que estaban claramente situadas en un grupo, a causa de un estudio de secuenciación de ADN dan el salto y pasan a pertenecer a otro. Vamos, que si Linneo levantase la cabeza y viese la que tenemos liada igual salía huyendo el pobre.

 

Esta introducción viene a cuento porque para entender el parentesco entre especies, a priori muy diferentes, tenemos que saber que no es una cuestión fácil ni estática. Pongamos algún ejemplo. En la actualidad, tenemos sólo tres especies de elefante, un animal que todos conocemos por ser el animal terrestre de mayor tamaño. Con sus más de diez toneladas de peso máximo registrado y  sus más de ochenta años de esperanza de vida, por no hablar de su carácter e inteligencia, estamos ante uno de los mamíferos más emblemáticos. Pues bien, a los elefantes se les ha encuadrado en el orden Proboscideos que a su vez se incluyó en el año 1998 a raíz de estudios genéticos dentro de un grupo que se vino a llamar Afroterios. Este superorden, que se hubo de meter con calzador en la clasificación, incluye a algunas especies de mamíferos que a priori no se parecen en nada pero que tienen el hocico un poquito más largo de lo normal. En esta nueva clasificación tenemos al tenrec, a la musaraña elefante, al cerdo hormiguero y, sorprendentemente, al manatí, que se sitúa como el grupo más cercano a los actuales elefantes.

 

Si has conseguido no perder el interés con este galimatías taxonómico, te sigo explicando que esta nueva manera de colocar las piezas nos sugieren una historia bien curiosa. Parece ser que, después de que los mamíferos dominaran con éxito el ambiente terrestre, un grupo de ellos desarrolló un hocico alargado que le permitió alimentarse más efectivamente de los insectos que habitan en hormigueros y pequeños huecos. De esos primitivos insectívoros especializados, hubo algunos que optaron por pasarse a la dieta vegetal y comenzaron a ganar tamaño, lo que les dio acceso a las ramas de los árboles y no solo a las hierbas. Ese cambio de dieta bien pudo ser fortuito, en plan me como esta hierba como acompañamiento de ese bicho. Y como las hierbas no se mueven y los bichos si, el herbivorismo parece una opción más asequible y con menos competencia. Estos serían los ancestros de nuestros elefantes. Y ahora es donde viene la voltereta evolutiva: un grupo de estos proto-elefantes se decantaría por moverse en ambientes encharcados y alimentarse de los vegetales de ribera o acuáticos. Tendría lógica que lo hicieran porque el agua ayudaría a soportar mejor el peso de su mastodóntico cuerpo. Tanto se quedaron en el agua, que con el paso de los milenios perderían hasta las patas adaptándose a vivir por entero en el medio acuático, dando lugar a los actuales manatíes y al resto de sirénidos.

 

Al menos, esta es la historia que nos sugieren las piezas del puzzle que por ahora encajan. Quizá en los próximos años aparezcan nuevos datos, registros fósiles o estudios genéticos que nos ayuden a entender un poquito mejor la maravillosa y precaria biodiversidad de nuestro planeta.

 

(c) Fernando Zamora