Herrerillos y Carboneros
En estas páginas ya he tratado de promover en otras ocasiones el saludable ejercicio de pasear por nuestro pueblo, disfrutando de sus parques, jardines y de la presencia de todos esos árboles que viven en nuestras calles y avenidas. Me encanta como en Pinto se ha sabido construir una localidad donde los árboles pueden ganar en altura a cualquier edificio (con la salvedad de la iglesia de Sto. Domingo de Silos) y dónde cualquier vecino puede ver verde al mirar por la ventana. Y este hecho me gusta doblemente porque donde hay árboles y plantas, hay espacio y recursos para los animales también.
Si en estos días, cuando el frío empieza dominar las conversaciones casuales, uno pasea con los ojos y los oídos atentos, puedes descubrir que ya se han instalado en nuestro pueblo unos visitantes que eligen nuestros árboles como segunda residencia invernal. Se trata de algunas aves que huyen de la intensidad del frío del norte de Europa y se refugian temporalmente en la calidez de la península ibérica. Aunque aquí ya contamos con poblaciones sedentarias que simplemente bajan de las zonas montañosas al llano para pasar el invierno. A este movimiento se le llama invernada o migración invernal: estas aves no cesan su actividad, si no que se adaptan al clima cambiando de lugar de residencia.
¿Y quiénes son nuestros ilustres visitantes? Pues, para empezar, tenemos a un par de trabajadores de empleos casi en desuso, que se parecen mucho entre sí: los herrerillos (Cyanistes caeruleus) y los carboneros (Parus major). Ambos son aves insectívoras de apenas 14 cm de alas y cola azulada y pecho amarillo, con la cara marcada en colores blancos y negros. El herrerillo luce un pecho amarillo limpio y es más pequeño y el carbonero muestra una mancha negra en su pecho y es un poquito más grande. Si nos liamos, con acordarnos de que el oficio del carbonero es sucio y le deja el delantal manchado de carbonilla, ya tenemos truco para distinguirlos.
Además de estas dos aves que dan título al texto, con el frío se instalan en nuestro pueblo otras especies como el descarado petirrojo (Erithacus rubecula), un ave de pequeño tamaño que, como su nombre indica, luce una mancha rojiza que le cubre el pecho y la cara. Los petirrojos se suelen dejar ver con mucha facilidad mientras se mueven entre los arbustos en busca de insectos, incluso acercándose al humano que tiene la paciencia de pararse a verle. A pesar de su simpatía, este pequeño es un feroz defensor de su espacio y no tolera la presencia de otras aves a su alrededor.
Junto con estas aves llamativas y fáciles de ver, llegan a nuestro pueblo y sus alrededores buen número de ejemplares que pasan a engrosar las filas de la población sedentaria o sumar variedad al número de especies presentes en la localidad y sus aledaños. Así que, si nos abrigamos bien, tenemos paciencia y ojos y oídos bien abiertos (y una pequeña guía tampoco nos viene mal), podemos enriquecer nuestros paseos con el conocimiento de estos visitantes invernales.
(c) Fernando Zamora