Amor de camarón
Por Fernando Zamora
Una diminuta mota entre el abundante plancton que enriquece las aguas que bordean las Islas Filipinas trata de nadar con decisión y mantenerse cerca del fondo. Vista de cerca es una especie de pequeña gambita translúcida, que agita sus pleópodos para evitar ser arrastrada por las corrientes que baten la zona. A su alrededor todo tipo de animales se alimentan de los millones de animales que como ella tratan de ganarse la vida en un ambiente que no perdona, donde esos minúsculos organismos son la base de la pirámide que nutre una enorme biodiversidad.
Nuestro pequeño camarón escapó hace poco entre los barrotes de la jaula en que viven sus padres, una joven pareja de crustáceos blanquecinos que viven en el interior de una esponja. Sus papás están muy orgullosos de su hogar, una brillante Euplectella de buen tamaño que supone una verdadera joya de fina cristalería adosada al arrecife. Pero ellos no eligieron su nido de amor por su belleza, si no por la seguridad que les ofrecía como una suerte de ‘jaula de tiburones’ natural. Siendo muy jóvenes tuvieron la suerte de encontrar esta esponja, también conocida como Cesta de Venus que no se parece en nada al ideal que tenemos de esponja en nuestra cabeza. Está compuesta por un millones de espículas calcáreas con forma de estrellas de tres puntas conectadas entre sí formando canales que filtran el agua del mar para obtener los nutrientes que necesita. Nadie diría que se trata de un animal fijado al fondo marino, con todas las funciones vitales propias de estos seres.
Nuestro pequeño camarón se agarra como puede a las rocas mientras la sombra de un pez que pasa con la boca abierta le cubre fugazmente, ¡Qué poco ha faltado! Necesita encontrar lo que busca cuanto antes. Sus ojos saltones, adaptados a aprovechar la mínima luz que pueda haber en las oquedades del fondo marino, han detectado un brillo en la distancia. Para alguien de su tamaño, parece una travesía interminable por una tierra plagada de peligros, con cientos de depredadores acechando desde todos los ángulos. Alimentándose de lo que puede encontrar adherido a las rocas, el pequeño camarón se para unos momentos para efectuar una nueva muda que le hace algún milímetro mayor.
Tras innumerables peligros, nuestro pequeño crustáceo alcanza el oasis que anhelaba. Una nueva y brillante esponja Euplectella que, por fortuna parece deshabitada. Nuestro amigo es aún tan pequeño como para pasar entre sus poros y examinar la cavidad interior. Tan sólo encuentra algunos pequeños copépodos que corretean huyendo de él al acercase. El camarón suspira, su peripecia aún no ha terminado y se arma de paciencia. Ha llegado el momento de esperar la llegada de una compañera, mientras su cuerpo sigue creciendo muda tras muda y la esponja hace lo propio espícula a espícula. Un buen día, tras un nuevo cambio de camisa, descubre asustado que su cuerpo ya no cabe a través de los poros de la esponja. El temido punto de no retorno ha llegado y su brillante hogar, como les ocurrió a sus padres, se ha convertido en su prisión. Desesperado recorre una y otra vez la esponja como alma en pena, perdida toda esperanza. De repente, nota una curiosa vibración en la punta de las antenas. Nuestro amigo no se atreve a abrigar muchas esperanzas cuando una bella hembra aparece trepando por la base de su esponja, moviendo sensualmente sus pleópodos sobre un generoso abdomen que le hace perder los sentidos.