Doña Urraca
Por Fernando Zamora
Así como muchos animales rehúyen las poblaciones humanas por ser horribles lugares llenos de ruidos estridentes, olores desagradables y peligros, hay un buen número de ellos que han sabido aprovechar las ventajas de vivir entre nosotros. Estamos más que acostumbrados a ver gorriones y palomas picoteando el suelo de nuestras plazas y parques, o estorninos que corren por los céspedes en busca de lombrices, o las salamanquesas que trepan por las fachadas para echar el guante a los mosquitos que se acercan a las farolas.
Uno de los habitantes que se han adaptado a la vida a urbana estupendamente es la urraca. Yo las conocí de pequeño visitando las veredas del pueblo de mis padres, donde recibían el curioso nombre de ‘maricas’. Han pasado años de aquellas excursiones buscando setas y espárragos silvestres, descubriendo la naturaleza con un palo en la mano y escudriñando bajo las piedras en busca de lagartijas. Más tarde, mientras estudiaba en la universidad, mi chica me habló un día con entusiasmo de un pájaro precioso que había visto en los jardines de su facultad. Le había llamado la atención su tamaño, colorido y que el animal estaba tan tranquilo luciéndose. Al mostrármelo, yo contesté con ‘buah! si es una urraca’, la vieja conocida de mis exploraciones infantiles. Yo la tenía por un animal común del campo y ella por un impresionante hallazgo en el corazón de Madrid. Ni que decir tiene que aún me guarda cierto rencor por el desplante.
Nuestra amiga la urraca, cuyo nombre latino es Pica pica, es un conocido representante de la familia de los córvidos, la cual cuenta con apenas una decena de especies en nuestro país caracterizadas por poseer un pico robusto y un tamaño mayor que el de otras aves comunes. De toda la familia, cuyo otro rasgo común es su adaptabilidad, la urraca es la especie más extendida, ya que tan solo falta en parte de Andalucía. Su plumaje, a guisa de frac es inconfundible: negra la cabeza y tonos de negro irisado en azules, verdes y morados sobre las alas y la larga cola, mientras que el resto del cuerpo es de un blanco inmaculado. Camina y da saltitos levantando la cola, que se abre en abanico cuando vuela. Lo que es cantar no canta, si no que emite una áspera y sonora llamada como chac-chac-chac-chac, nada agradable.
Mi guía de aves la sitúa en cultivos y afueras de poblaciones, pero en los últimos años ya sólo le falta aprender a pedir un taxi para ser más urbana, paso a paso se ha introducido sin temor en pueblos y ciudades. Posada en papeleras, bancos y coches, ha hecho de nuestros pueblos su hogar por la facilidad con la que encuentra alimento, pues su dieta es omnívora y le vale todo lo que a nosotros nos sobra.
El desprecio con el que se trata a la urraca en los pueblos se debe a que es un ave que compite con los cazadores y estos la tienen por una alimaña indeseable, habiendo quien las abatía cuando tenía ocasión. También tiene fama de tener cierta costumbre de llevarse objetos brillantes, por lo que se la tiene también por ladrona. Su nombre se ha empleado con connotaciones peyorativas cuando se habla de una persona desagradable o amiga de lo ajeno. En el otro extremo me han llegado noticias de gente que está criando a mano esta ave, ya que se trata de un pájaro de una inteligencia excepcional que está empezando a ser apreciada como animal de compañía.